¿Para quién estamos digitalizando la educación? Una llamada urgente a la accesibilidad

¿Para quién estamos digitalizando la educación? Una llamada urgente a la accesibilidad

Desde hace más de dos décadas, hablar de transformación digital en la educación se ha vuelto casi obligatorio. Se invierte en plataformas, se promueven nuevas metodologías y se celebran los avances tecnológicos en las aulas. Pero hay una pregunta que rara vez se formula con claridad: ¿para quién estamos digitalizando?

El entusiasmo por la innovación ha dejado fuera un elemento esencial: la accesibilidad. No se trata solamente de si una persona tiene internet, sino de si puede usar, entender y beneficiarse de las herramientas educativas disponibles desde su contexto. Y en México, ese contexto suele ser un celular de gama media, una conexión móvil intermitente y la ausencia de una computadora en casa.

Según datos del INEGI (2024), más del 97% de las personas usuarias de internet en el país se conecta desde su celular, mientras que menos del 44% de los hogares tiene una computadora. Además, la velocidad promedio de conexión móvil —25 Mbps— es apenas suficiente para navegación básica, no para plataformas pesadas llenas de animaciones, videos incrustados y carga visual innecesaria.

Pese a esta realidad, seguimos impulsando plataformas que no están pensadas para esa mayoría. Herramientas como Genially, Canva o incluso Moodle con temas pesados se convierten en un obstáculo para muchos estudiantes. No por falta de interés, sino porque simplemente no cargan o saturan el equipo. El mensaje es claro: si no tienes el hardware o la conexión correcta, estás fuera.

No se trata de rechazar la tecnología. Se trata de exigir que se piense desde el usuario real y no desde el escritorio del diseñador o del tomador de decisiones. Una plataforma educativa que no funcione sin conexión, que no se adapte a pantallas pequeñas o que requiera equipos costosos no está pensada para incluir, sino para excluir.

Docentes, directivos y desarrolladores deben comprender que la transformación digital no es sinónimo de sofisticación ni de estética. Es una oportunidad para hacer las cosas mejor, para cerrar brechas, no para abrir nuevas. Apostar por sitios ligeros, diseño responsivo, estándares abiertos y software libre no es solo una decisión técnica: es una postura ética y pedagógica.

En un país con tanta diversidad social y tecnológica, no basta con ofrecer acceso. Hay que pensar en el uso real, cotidiano, situado. Mientras no tomemos en serio la accesibilidad digital, cualquier intento de inclusión será solo una promesa vacía. Y la brecha, lejos de cerrarse, seguirá creciendo… cargando lento.


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